Nuestra Historia #6: ¿Quién es Cam? II

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Cuando estuve apunto de cumplir 15 años, Jadiel y yo nos casamos, fue una boda que duro varios días, donde se celebro la libertad de Jadiel. El acto en sí del matrimonio fue muy estándar, teníamos que cumplir estrictamente las tradiciones, tuvimos que rendir culto al hogar, a la guerra, a los dioses, etc. Y finalmente mi padre, el Rey nos casó en la segunda ceremonia, me vistieron con ropajes de claros, con las llaves de los dotes a la cintura, y la corona de flores que preparo mi madre en la cabeza. Mientras Jadiel vestía la indumentaria de guerrero, para poder hacer el sacrificio a la Diosa Madre y a Thor.

 

 

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Días después de la boda, nuestra cabaña ya estaba lista, teníamos nuestro propio hogar, donde yo por fin sería su mujer y el mi marido. En los meses de "noviazgo", darnos la mano ya era un hecho especial, ahora debía dormir con él, eso hacía que me ruborizara. La primera noche, se durmió a los instantes de entrar en el lecho, y tuve un impulso, necesité atusarle el pelo, esa media melena de oro, olía a lavanda fresca. Mientras le acariciaba el cabello empecé ha acercarme a él, y me atreví a rozarle su tersa espalda, mi mano sola sin contar con mi cabeza dibujaba círculos en sus musculados omóplatos, era tan blanco como la luna de enero. Aunque me atrevía a tocar su pelo y su espalda por la noche primeras semanas se me hacia extraño despertar junto a él y en otro hogar, pero poco a poco me fui acostumbrando, y pasamos de darnos la mano a algunos tiernos besos esporádicos.

 

Sé de sobra que muchas noches no estaba dormido cuando empezaba mi ritual nocturno, algunas noches le oía reír cuando le acariciaba las costillas, pero nunca me dijo nada, entre sus duros entrenamientos y su educación como guerrero no había espacio para la comunicación del matrimonio.

 

Meses después de la boda, nuestra ciudad fue atacada por el pueblo vecino, entramos en una guerra cruel y despiadada, las mujeres casadas y las niñas huimos al bosque. En el siglo XXI no iríais a un bosque a protegeros, pero nosotras nos criamos allí, es nuestro espacio de confianza, lo conocemos palmo a palmo. Allí nos refugiamos, siempre armadas y vigilando, durante semanas, largas semanas. Cuando pasó demasiado tiempo decidí bajar a la Aldea, donde vi mi pueblo reducido en cenizas, una horrenda imagen. En el centro de la Aldea encontré decenas de cabezas, eran mis vecinos, mis amigos, niños...

 

Seguí adelante hasta donde estaba mi casa, y allí encontré algo que me sorprendió.

 

 

Querída Anne,

Quizá cuando leas esta carta yo ya no esté, pero solo quiero que sepas que has sido y serás la mujer de mi vida. En estas semanas he echado de menos tus caricias en la espalda, tus besos, tu sonrisa al mirarme de reojo. Pero sobretodo he echado de menos tu olor, y tu voz, dicen que es lo primero que se olvida, pero yo no soy capaz de olvidar ni un ápice de ti.

¿Recuerdas donde las caracolas aúllan?

Eternamente tuyo,

J.